"La verdadera grandeza, no necesita la humillación del resto" - Amado Nervo -

miércoles, 28 de abril de 2010

Alrededor de la mesa de un bar.

Vas paseando por la calle y te encuentras gente de aquí y allá, gente de la que no sabes nada, si viven bien, si pasan necesidades, si son felices, si están tristes. Llevamos un ritmo de vida tan acelerado que no nos paramos a mirar un poco a fondo a la gente que pasa por nuestro lado. Os invito a hacer un ejercicio de,  por así llamarlo, reconocimiento. Vamos a intentar reconocer en la gente que pasa a nuestro lado, por la expresión de su cara, por sus gestos, incluso por su forma de mirar... qué emoción pueden estar expresando.
Hace unos días, estaba sentada en en una terraza leyendo un libro y de pronto, lo cerré y me dediqué, detrás de los cristales de mis gafas de sol, eso sí, para pasar desapercibida, a mirar a la gente que pasaba por delante de mí, la que estaba sentada alrededor de las otras mesas y los que estaban en el parque con sus hijos. Entre estos últimos había gente feliz, que disfrutaba con ellos. Y los había también bostezando, con un gesto de aburrimiento, señal de que no estaban disfrutando del momento.
Luego veías pasar a la gente, la mayoría con prisa, caminando como si se le fuera a acabar el tiempo y no llegara a cumplir sus planificados objetivos. Finalmente, los otros que estaban sentados a mi lado. En una mesa un grupo de amigos, les suponía muy buenos amigos, pues había entre ellos muy buenas vibraciones, (no me preguntéis cómo, pero tengo la habilidad, o eso creo, de ver un poco el fondo de las personas) se les veía disfrutar de una agradable conversación, salpicada de momentos divertidos, en los que reían a carcajadas. Tan fuertes eran y tan fuerte hablaban, que te entraban ganas de entrar en su conversación y opinar sobre el tema. En otra mesa una familia con tres niños, que iban y venían de la mesa al columpio y del columpio a la mesa con la intención de coger un puñado de patatas fritas y llevarlas al columpio para seguir comiéndolas mientras se columpiaban. Y, finalmente, una pareja. Una pareja que me dejó un poco triste, pues parecía que no tenían nada que decirse en la hora y pico que estuve allí. Durante ese tiempo no hubo la más leve comunicación, de hecho ni se miraban. Cada uno tenía más interés en observar lo que pasaba a su alrededor que en mirarse el uno al otro y tratar de explicarse por qué se había roto la comunicación entre ellos. Sentí una pena tremenda por esas dos personas, tan poco comunicativas, tan tristes, tan ausentes, tan lejos el uno del otro. Nunca supe si alguna vez volvieron a hablar, tal vez nunca lo sepa, o tal vez, algún otro día vuelvan al mismo lugar y es posible que sigan en su misma rutina, o tal vez hayan cambiado y se les vea esa chispa en los ojos que denota la complicidad que acompaña a una relación plena, en la que se ve a dos personas que están a gusto la una con la otra.
Desde ese día, intento tener siempre que puedo, un tiempo para mí, para dedicarme a observar el mundo y a la gente que vive en él y que a su vez me rodea. He visto sus expresiones, a veces de felicidad, a veces de tristeza...
Pero ahora es tiempo de terminar. Voy a dormir. Quiero soñar con toda esa gente que pasa día a día por delante de mi vida, quiero hablar con ellos, quiero saber de su felicidad, de su dolor, de sus ilusiones y sus decepciones. Las quiero ayudar...
                                                                                               T. Izquierdo.